Me refugié en tu método, ese que seguía con una fe ciega, ese que pensaba qué era todo cuanto existía.
Ese método de querer echarte en falta si a escasos centímetros te alejabas.
Ese que me hizo tan dependiente, cómo si mi vida sólo dependiera de tu modo de actuar; Ese método era la clave que ejecutaba el inicio de todo el sistema.
El que arrancaba todo lo que estaba a nuestro alrededor.
Pero un día el sistema falló. Tú ya no estabas y no sabía cómo había que iniciar aquel sistema, porque hasta entonces eras tú y sólo tú el que lo reiniciaba cada día al despuntar el alba.
Tuve que aprender a reiniciarme sola, por mi propio método y cuando eso se produjo, descubrí que me levantaba por mi propio pie y no por tu método, y eso lo había estado realizando los 365 días durante esos largos años que estuve a tu lado.
Y por eso sé que te fuiste, porque no conseguías por más que te esforzases, el cambiar mi método y después de tanto tiempo, comprendiste que jamás lo haría a tú manera.
Mi método era lo único que me ha mantenido viva. Nada ni nadie me haría cambiarlo. Porque cada método es personal e intransferible.
El método es lo que nos mantiene vivos.